La curiosidad por cruzar el ‘charco’ en barco desde Combarro
para desembarcar en el muelle de Tambo es tal que ya se teme una invasión de
visitantes por lo que hubo de balizar se recientemente su entorno marítimo “para
garantizar que se mantenga la distancia entre la isla y las embarcaciones…” Y no
es de extrañar tanto interés por poner un pie en Tambo después de tantos años
sin poder acceder a ella, en pàrte por su uso militar, para poder así admirar,
al menos a través de los restos de las edificaciones que todavía perduran, los vestigios
de su historia, testigos mudos y ruinosos de los acontecimientos que allí
sucedieron a lo largo de los siglos.
Los misterios abrazan también a su nombre, cuya evolución parte de la denominación
Thalavo que vino a dar en el actual Tambo, pasando antes por Tanavo, aunque una
filiación más erudita la hacen derivar del griego Tymbus, Tumbos o Tombos (en
Marín existió la playa do Tombo) que significa túmulo, asociándola sin duda con
la disposición sensiblemente cónica que su relieve presenta.
Tal variedad de denominaciones ofrece un problema
etimológico que viene a complicarse más con la teoría del erudito e historiador
pontevedrés Celso García de la Riega (miembro de la Sociedad Arqueolóxica de
Pontevedra) al decir que “la tradición
recuerda la existencia en esta isla de un altar pagano dedicado a Tameóbrigo y
que Tambo se deriva de la raíz Tsamos, término que por otra parte figura en las
monedas ibéricas…” Como podemos apreciar los misterios que guarda esta
milenaria porción de tierra rodeada por el mar llega hasta su propio nombre,
pues ni siquiera los historiadores se ponen de acuerdo de donde proviene o de
cual es su origen.
Que el Concello de Poio impida la invasión de visitantes a la isla de Tambo es una medida muy oportuna, pues para invasión ya la sufrió, aunque nada comparable, por supuesto, en 1589 cuando una armada de corsarios ingleses capitaneados por el temido Francis Drake, la asaltó arrasando con todo cuando encontraba a su paso, prendiendo fuego a la capilla erigida en honor a San Miguel por San Martín Dumiense, obispo de Braga y al cenobio benedictino fundado por San Fructuoso que daría paso siglos después al monasterio de Poio.
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