"El encuentro con el presidente Pedro Sánchez pudo ser terapéutico. Al menos le vieron, le hablaron y le insistieron en que necesitan soluciones. Pero seguramente todos sabían en su fuero interno que iba a resultar infructuoso"
Entre la invasión de las tropas rusas a Ucrania y la crisis en la dirección nacional del PP con su previsible efecto colateral en la Xunta de Galicia, la semana ha transcurrido zarandeada por sendas cataratas interminables de noticias sobre ambos asuntos. Ha sido tal la vorágine que, salvo en la provincia de Pontevedra, la tragedia del pesquero Villa de Pitanxo ha quedado marginada de la atención principal que ocupaba hace una semana y pico.
Era lo que me temía cuando reflexionaba sobre el asunto en la página del domingo pasado. Ha ocurrido. Lamentablemente las familias de los doce tripulantes que permanecen desaparecidos desde hace casi dos semanas, viven una segunda victimización. Esta segunda es política y periodística. Y me temo que no será la última. Aún les queda el vía crucis administrativo para que les reconozcan los derechos de viudedad y orfandad.
Resulta indiscutible que la guerra en Ucrania constituye un seísmo de una trascendencia formidable que arrincona cualquier otra noticia, como les ha pasado a las víctimas del pesquero. Ese conflicto bélico detrae consecuencias inmediatas que ya percibimos y supondrá efectos ulteriores que aún no somos capaces de atisbar. Repercusiones políticas, diplomáticas, económicas y hasta militares que nos llegan a Pontevedra, a más de cuatro mil kilómetros de distancia-
Así ya sabemos por La Voz de Galicia que miles de toneladas de cereales que se usan en la elaboración de piensos para granjas suponen casi el 30 % del tráfico de graneles que se desembarcan y operan en el puerto de Marín. Por citar una consecuencia económica directísima, pues ya sabemos que nos tocará la parte correspondiente de la subida de precios en combustibles, energía eléctrica, transportes, productos manufacturados, alimentación y tecnología-
Y en el orden militar, en Pontevedra inmediatamente miramos hacia el cuartel de Figueirido por una previsible movilización de tropas de la Brigada de Infantería Ligera Aerotransportable, considerada unidad de élite y con una amplia hoja de servicios en misiones de la OTAN y de la ONU. Son cerca de un millar de efectivos, entre oficiales y tropa, avecindados en Pontevedra y otros concellos del entorno, que están muy integrados en el tejido social local. La reiterada negación por parte de España y demás países miembros de la UE a que vayan a intervenir de modo militar en favor de Ucrania y en contra de Rusia, aleja —de momento— el riesgo directo. Pero la decisión del mando de la Alianza Atlántica de desplegar tropas en distintos puntos del flanco oriental de la OTAN, va a suponer que, en breve, la Brilat, como integrante de las Fuerzas de Respuesta Rápida, sea llamada a desplegarse en alguno de los países fronterizos.
Las familias de los desaparecidos en el naufragio sufren un progresivo arrinconamiento. El informativo ha sido inevitable ante la trascendencia de los acontecimientos en Ucrania y en el PP. Pero es mucho más doloroso el político que ya se percibe. El encuentro con el presidente Pedro Sánchez en Lavacolla del pasado lunes, conseguido después de numerosas trabas y varios retrasos, pudo ser terapéutico. Al menos le vieron, le hablaron y le insistieron en que necesitan soluciones. Pero seguramente todos sabían en su fuero interno que iba a resultar infructuoso.
De todas las peticiones el presidente Sánchez solo cumplió la reunión de las familias con el director general de Marina Mercante y el máximo responsable de Salvamento Marítimo, lo que finalmente ocurrió el jueves. Otro «palo» pues después de tres horas reunidos en la Subdelegación, las familias salieron, de nuevo, con la impresión de que el Gobierno de España les da largas y que doce marineros de un pesquero de este país quedarán para siempre sumergidos en Terranova.
Tanto el director general de Marina Mercante como el máximo responsable de la Sociedad de Salvamento Marítimo de España (Sasemar), vinieron a Pontevedra a reconocerles que nuestro país no tiene ni dispone de medios públicos para realizar la búsqueda submarina que requeriría localizar el pecio e intentar la recuperación de los cadáveres, en caso de permanecer aún dentro del buque hundido. Y como alternativa, les dijeron que «estudiarán» si es posible contratar esos medios a empresas privadas del sector marítimo.
Las familias se temen que les están dando largas. Es decir, más o menos, como lo que ha ocurrido con la presión que España dijo que realizaría sobre Canadá para que reanudase los rastreos y que, por supuesto, ni hubo y, me temo, que no habrá. La mejoría del tiempo en la zona que reclamaban las autoridades canadienses como premisa indispensable, ya ocurrió. Fue pasajera, pues en febrero, el tiempo en Terranova es dantesco. Y solo fueron los pesqueros gallegos que faenaban en el caladero, los únicos que reanudaron desinteresadamente la búsqueda.
Por cierto, vuelvo a insistir: los mismos pesqueros que, junto a un par de barcos portugueses, fueron los que llegaron a tiempo de rescatar a los tres supervivientes y a los nueve cadáveres que se pudieron recuperar. Que no haya dudas: solo la solidaridad entre compañeros de profesión es la mejor garantía cuando te estás jugando la vida a miles de kilómetros de tu casa.
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