jueves, 17 de febrero de 2022

NAUFRAGIO 'VILLA DE PITANXO' MARÍN SABE A MAR, LO SABE AMAR Y LO SABE LLORAR. POR JOSÉ L. GARCÍA PORTELA

"Marín se escribe con mar y sabe a mar. Salado como lágrimas. Amado y temido. Mar que da pan y arrebata padres y maridos"


Marín tiene ante si un mar en calma, de hermosas playas con aguas turquesas y blancos arenales. Esa cara amable de las Rías Baixas que engaña al veraneante sobre la verdadera naturaleza del mar.
Los que somos hijos de marineros, sabemos que el mar no es eso. Sabemos cuan dura, cruel y peligrosa es la vida del marinero. Lo largas que son tres semanas en el Gran Sol o varios meses en las frías aguas de las Malvinas o Terranova. En las más cálidas del Banco Canario-Sahariano, Namibia o en el Índico.
Sabemos de las jornadas de trabajo a destajo. De los accidentes en una actividad que se desarrolla en un entorno peligroso y a cientos de millas del hospital más cercano.
De la soledad del novio que no puede abrazar a su amada. Del dolor del padre que regresa a casa tras 8 meses y ve llorar a su hijo pequeño porque no reconoce a ese señor que besa a mamá. De una vida lejos de una familia, unos amigos, un hogar o un coche que solo disfrutan unas semanas al año. De matrimonios que cumplen las bodas de plata pero solo han dormido juntos unos 5 años.
Marín también sabe de marinos. Aquí se forman los hombres y mujeres que conforman la oficialidad de la Armada Española. Los mismos que ahora navegan protegiendo a nuestros marineros en mares de piratería.
Marín sabe de tragedias en el mar. Siempre que en un lejano caladero ocurre una tragedia, está afectado alguien de Marín o de esta comarca del Morrazo.
Marín sabe de naufragios y de días de espera deseando que tu ser querido no sea uno de los desaparecidos. Porque esa es otra de las grandes crueldades de este oficio: peor que la muerte es desaparecer.
Ese eufemismo administrativo para designar a alguien que todos sabemos que está muerto. La justicia necesita un cuerpo para certificar una muerte y el mar casi nunca devuelve lo que arrebata. Cuantas viudas e hijos hemos visto desamparados durante años, sin una pensión, porque no se pudo constatar que el marido y padre ha fallecido.
Cuando un hombre cae al mar y no aparece en pocas horas, es que está muerto. Incluso un ser humano en la más cálida isla del trópico, con mar en calma, no puede sobrevivir días en el agua. Cuanto menos, si estás vestido con gruesas ropas de abrigo, botas, casco y en medio de un temporal, con heladas olas de 8 metros que te arrastran y sumergen.
Por eso mi padre, como muchos otros, nunca quiso aprender a nadar. Hace décadas no lo exigían y muchos marineros solo veían el saber nadar como una forma de retrasar lo inevitable.
Marín sabe que una vida tan dura no es para todos y por eso, en las últimas décadas, cada vez hay menos gallegos en los buques. Hombres llegados de Latinoamerica o África hacen el trabajo que ya los de aquí rechazan por su dureza. Se integran en las tripulaciones y en la vida de la villa, como hicieron tantos marinenses, décadas atrás, cuando embarcaban en la marina mercante de Holanda, por ejemplo.
Marín y toda Galicia está hoy triste. Con incertidumbre y esperando la lista de los fallecidos y desaparecidos. Cruzando los dedos para no reconocer el nombre de un amigo o familiar.
Como tantas otras veces.
Porque Marín sabe a mar. Lo sabe amar y lo sabe llorar.

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